Historia y legado del Castillo de Teloloapan: El sueño de Florencio M. Salgado
En las calles Guerrero, Plaza Pinzón y Galeana, se alza imponente el Castillo de Teloloapan, una estructura que no solo desafía al tiempo, sino que también resguarda la memoria de un hombre cuya grandeza trascendió generaciones: Don Florencio M. Salgado. Aunque su voz se apagó hace décadas, el espíritu de este visionario sigue presente en los muros de su creación, que se erige como un testimonio de sus sueños y logros.
Pocos conocen la historia de este hombre, pero quienes la saben, aseguran que el eco de sus aspiraciones aún recorre las venas del pueblo. Para comprender su legado, es necesario regresar al siglo XIX, cuando la influencia del mestizaje había dejado huella en todos los rincones de México.
Una familia portuguesa llegó a Teloloapan, marcando el inicio de una nueva etapa. De este linaje nació María de Jesús, “Doña Jesusita”, una mujer de ojos azules y porte sereno, quien se uniría en matrimonio con el hijo de Don Cipriano Salgado, Florencio, el incansable soñador.
En 1896, Florencio dio inicio a la construcción de lo que sería mucho más que una edificación: un símbolo. Bajo su supervisión, quinientos hombres trabajaron arduamente durante dos años para levantar la imponente estructura de piedra. Más que una casa, el Castillo representaba un sueño materializado, la manifestación de un espíritu sin límites.
Se dice que bajo sus cimientos existen túneles secretos que conectaban iglesias y casonas, pasadizos que sirvieron como refugio, tránsito y leyenda, añadiendo un aire de misterio a la fortaleza. Pero más allá de lo enigmático, el Castillo fue también un crisol de progreso e innovación. Florencio, adelantado a su tiempo, transformó este lugar en una fábrica próspera, donde nacieron productos como el famoso hilo El Ancla, símbolo del trabajo bien hecho. Jabón, agua mineral, aceite de ajonjolí, azúcar y alcohol fueron algunos de los productos que salieron de sus manos creativas.
Durante la Revolución Mexicana, el Castillo se convirtió en cuartel, refugio y trinchera, sus muros fueron testigos del estruendo de las armas y del murmullo de los ideales. Después de la guerra, Florencio siguió adelante, impulsando el desarrollo de caminos, dirigiendo el agua y abriendo rutas hacia el futuro. Fue también socio de minas, accionista del Banco de México, legislador y, ante todo, un hombre de visión que no se rindió ante el paso del tiempo.
Aunque la vida de Florencio fue corta en comparación con sus sueños, su legado perdura en cada rincón de su obra. El Castillo siguió creciendo, lento pero seguro, como un símbolo de su dedicación y su amor por Teloloapan. Hoy, sus muros han sido cárcel, escuela, salón de baile y discoteca, pero, por encima de todo, son testigos de un ideal que no muere.
El Castillo de Teloloapan no es solo piedra y ladrillo. Es la permanencia del sueño de un hombre que, al creer en su pueblo, construyó una eternidad.
